Otras personas me lo confirmaron. Si uno eleva la mirada hacia la Casa de Campo desde los miradores de la calle del Pintor Rosales, al atardecer se crea un efecto óptico que hace que el cielo de Madrid se parezca al mar. Hay más de uno que incluso asegura ver las olas.
Ahí está todavía, aunque con muchas menos flores, la Casa de las Flores donde vivió Neruda el estallido de la Guerra Civil y desde donde veía otro mar:
Yo vivía en un barrio de Madrid, con campanas
con relojes, con árboles.
Desde allí se veía
el rostro seco de Castilla
como un océano de cuero.
En aquella Casa de las Flores, donde se juntan Princesa y Rodríguez San Pedro, vive Juan, que está a punto de cumplir 40 años y llegó a Madrid para estudiar derecho desde hace ya 22. "Lo mejor de este barrio es la oferta cinematográfica, es una gozada la cantidad de cines en versión original en los que se proyectan películas de calidad y no americanadas comerciales".
Me planté en Rosales al atardecer y, como ante una pantalla de cine, esperé con Carmen a que tras el Parque del Oeste se manifestase el mar. Aunque esta vez no tuvimos suerte, seguro que la próxima lo lograremos. Porque, siguiendo con las paradojas, si todo el mundo es capaz de oír el mar en el interior de una caracola, ¿por qué no se va a poder ver sobre Madrid?
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